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Carolina y Maelle

La idea de experimentar un parto natural
y diferente empezaba a cosquillear mi interior.

Parto de Clementina Julio 2019 de cabeza al hospital y de cabeza a la epidural (sin reflexionar): Noté el efecto casi inmediato de la epidural, sentí alivio, pero al poco rato regresó el dolor, sería la 1h de la mañana. Me dijeron que era pronto para empezar a pujar y que debía esperar a que se borrara el cuello de útero unos centímetros más. La matrona me dejó descansar y de repente nos quedamos Max y yo solos en el paritorio. Pero, la epidural funcionó parcialmente. Esto quiere decir que la anestesia hizo efecto sólamente a un costado de mi cuerpo. Yo quería más dosis y Max salió del paritorio para pedir que llamaran al anestesista quién tardó en aparecer, serían las 4h de la mañana. En ese momento, dolorida y agotada, pensé que era normal pedir una nueva dosis para aliviar el dolor. Sin embargo, no pensé que así también me evadiría del parto. Una mitad de mi cuerpo tenía una dosis de anestesia normal y en la otra mitad quizás, demasiada. No podía ejercer ninguna fuerza sobre el costado que recibió una sobredosis, mis pujos no eran efectivos, mi pierna era un bulto muerto y pesado. La consecuencia fue que la fase de pujos se alargó demasiado y aunque la cabeza de Clementina se asomaba, solamente consiguió salir gracias al corte en el periné que me realizaron de 7 cm. La justificación de la episiotomía fue que el tiempo aconsejado de pujos se agotó.

Entonces, brotaron una serie de pensamientos que necesitaban encontrar una reconciliación dentro de mí. ¿Debía esperar, sin hacer nada, a que se borrara el cuello del útero?, ¿Clementina habría podido encontrar su camino con un poco más de esfuerzo por mi parte, sin necesidad de realizar episiotomía?, ¿Corría prisa porque había cambio de turno? (Eran las 7h de la mañana) Ó, ¿quizá fue la decisión bien tomada por parte de la ginecóloga pues Clementina no sentía mis ganas de pujar, ni mi fuerza, y ya  se encontraba agotada, y desesperada?

Aunque no podría dar respuesta a ninguna de las preguntas, un tiempo después, lo que estaba claro, era que la epidural falló, y yo, bajo los efectos de una frustración por no haber podido ayudar a Clementina a nacer con mi propia energía y fuerza, la idea de experimentar un parto natural y diferente empezaba a cosquillear mi interior.

Más cosquillas.

Era como un botón de acceso a la relajación directa”

La vida me estaba presentando una segunda oportunidad para parir y yo, esta vez quería un parto mamífero, real, quería dejar cuerpo y mente confluir, sentirlo todo, vivir cada etapa del trabajo del parto de manera consciente y confiar plenamente en la Naturaleza. 
Parir naturalmente en casa. La decisión tomada un mes antes, “in extremis”. 
Que quería un parto natural, estaba claro. Yo sentía la necesidad de formar parte del colectivo de mujeres habiendo experimentado el dolor del parto. Cada relato de “El parto es nuestro” hacía latir mi corazón con fuerza, sentía un impulso de solidaridad y envidia al mismo tiempo. 
Que quería un parto respetado, con mucho mimo, también estaba claro. Sentía esa reivindicación, de que las cosas se tienen que hacer con amor y pasión y si no, no se hacen. Sentía que sería una manera de dar mi apoyo al inmenso número de mujeres que han sufrido partos irrespetuosos. 
De las opciones posibles, la única que asentaba buenas bases en mi cabeza, era la de no moverse de casa. Cualquier otro plan, implicaba dejar a Clementina en cualquier momento, en cualquier otra parte y bajo la responsabilidad de otras personas. No me sentía bien. Pariendo en casa, Clementina podía estar con nosotros. Es más, si se daban las circunstancias, podría estar presente y ser partícipe del nacimiento de su hermana. Esto me emocionaba mucho. 
Una vez comprendido este sentimiento y esta nueva visión mía de ver el parto, lo hablé con Max y aunque de manera no muy consensuada por su parte, fuimos a conocer a Marta, la matrona de Nikita. Tras la primera visita a Orba tuve claro que parir en casa y con Marta encajaba a la perfección con mi deseo en forma de intuición. Marta demostró tener experiencia y supo transmitir seguridad y confianza. Max aceptó el reto y empieza pues, el proceso de preparación con Marta y el parto en casa. 
Ayudaban la luz tenue de la nube gris, el sonido de la lluvia, la vista a la montaña, elementos de profunda calma. Me concentraba viendo las gotas caer y desaparecer suavemente contra el suelo. Y con esta sintonía, escuchaba en sincronización la hipnosis de Marta, una y otra vez, en bucle, hasta que las fuerzas no me alcanzaron para alargar el brazo, coger el móvil sobre la mesa y presionar el botón de re-play.

Me quité toda la ropa, ellas me ayudaron a entrar, el agua estaba calentita y me senté cómodamente. Las bañeras con agua caliente y yo siempre nos hemos llevado bien.

Mientras tanto, Clementina me observaba a través del cristal, venía y me acompañaba. Cogíó una pelota y se puso a mi lado, la suya de su tamaño y color amarillo. Daba votecitos sobre la pelota como yo, respiraba profundamente como yo, gritaba en el mismo momento que yo gritaba, bebía su vasito de zumo de melocotón y agitaba los hielos como yo. Muy mona, quería vivir el momento como yo. Pero para mí, no era un juego. Aunque me maravillaba su comportamiento, y lo recordaría con cariño, me distraía negativamente y tuve que pedir a Max muy amargamente que se la llevara de mi lado. Y comprendí, que sólo toleraría la presencia cercana de Marta y Judith.
Lo primero que hizo Marta al verme fue controlar el ritmo del latido del corazón del bebé tras una contracción. Me dijo: “El bebé está perfectamente”. Me sentó más que bien. Todo estaba bien, y yo, solamente tenía que dejarme llevar por el ritmo de las contracciones y mi instinto. De pronto escuché a Marta decir: “Vamos a montar la bañera ya”. Y me emocioné otra vez, eso quería decir que la fase de dilatación estaba bien avanzada y que el deseo de experimentar la bañera se iba a cumplir.
Había trajín detrás de mí, Marta, Judith, Max y Clementina cooperando, pero yo ya estaba en mi mundo, en el planeta parto.
Allí dentro empezó una nueva fase, las mismas contracciones, el mismo dolor, pero más relajada que sobre la pelota. Respirar profundamente no me ayudaba a sobrellevar el dolor sino lo contrario, al respirar profundamente originaba una nueva contracción. Entonces entendí, que yo podía acortar el tiempo entre las contracciones, y si cada contracción era dar un pasito más, entonces estaba en mis manos dar un ritmo acelerado al proceso del parto. En cada contracción gritaba, Marta y Judith decían: “Lo estás haciendo muy bien”. Me agarraban de las manos, yo pregunté: “¿Qué más puedo hacer?, duele mucho”. Marta me masajeaba el cuello. Escuché a Marta decir: “Ábrete”. Mi instinto me lo tradujo así: relaja todos los músculos, también el ano.
Del empuje tras una contracción, me resbalé deslizando el culo hacia delante y dije que creía notar no estar haciendo lo suficiente. Me preguntaron si quería cambiar de posición. A cuatro patas, como había leído, era una buena pose, seguía en la bañera. Con esta postura, sí me daba cuenta del efecto inmediato de cada pujo. Llegó el pujo por el cual noté a Maëlle descender, y tras el siguiente pujo, otro descenso. Me acordaba de las mujeres que escribieron sentir fuerza animal y rugir como tal. Con mi poco chorro de voz, no entendía de dónde me salía tanta potencia.
Estuvimos las dos en la bañera un ratito más, gozando del momento, hasta que Marta y Judith me dijeron que podía pasar a la cama. Me agarraron, me arroparon con toallas calientes y fuimos a la cama.

Me imaginaba el día feliz, como una fiesta y
que compartir el momento con ellas sería un bonito recuerdo para todas nosotras.

Ya recostada, Marta me preguntó si me sentía bien para expulsar la placenta, le dije que sí, ella me ayudó y de un sólo pujo salió, sin esfuerzo y sin dolor. Inmediatamente sentí mucho alivio.
Al rato y después de Max haber cortado el cordón, Marta y Judith me dijeron que me sentaría bien una ducha, así que perezosamente y escoltada por Judith en todo momento, fui a la ducha. Tenía que hacer pis, me dijeron, para comprobar que la vejiga había quedado de nuevo en su sitio, tardó unos minutos en salir. Fue una ducha de mucha contemplación y al terminar, volví a la cama de la mano de Judih, dónde ya me quedé el resto del día con Maëlle Doloretes en los brazos.
Y mientras yo ya descansaba, ellas se encargaron de dejar la casa como una patena, como si nada allí hubiera tenido lugar.
Clementina me miraba fijamente, no me quitaba la vista de encima. Al final de cada contracción, cuando dejaba de gritar, oía a Clementina decir: “¿Ya está?”.
También me di cuenta que debía entender la función y saber aprovechar la oportunidad de cada contracción. Comprendía que había que extender el pujo al máximo. Quedarse a medias, no haber llegado hasta el final, significaba que vendría una nueva contracción en poco lapso de tiempo, siendo el descanso demasiado breve. Y entre contracción y contracción Marta me decía que intentara descansar. Cuanto más alargaba la contracción, más grande el pujo y más cerca estaba de Maëlle. Así que los dos miedos, contracciones (dolor) e incertidumbre de no saber cuánto duraría el parto, parecía tenerlos controlados.
En la bañera y después de 1h30 aprox. de trabajo, ya pude oír: “Maëlle está cerca, ya puedes notar su cabecita”. Y alargué los brazos hasta la vagina, allí estaba ella asomándose. Me dijeron: “Te quedan un par de pujos más”, era verdad, ya estaba sintiendo una irritación intensa en la vagina, el aro de fuego, estábamos muy cerca del fin.
Maëlle nacía a las 11h29, la puede agarrar con mis manos, ahora no recuerdo cómo lo hice, pero Judith lo grabó todo.
Resultado final.
Un parto animal, a un ritmo natural, guiada por mis instintos, sin miedo, en confianza conmigo misma y con mi entorno, sin timidez, permitiéndome ser yo misma.
A Marta y Judith les tengo un cariño de un ser especial. Son hadas madrinas que hacen cumplir deseos, vienen, te dan aliento, cobijo y arropan mientras pares. Tan pronto como aparecen, desaparecen.
Mi madre me ha dado la enhorabuena y se ha abierto a mí contándome un secreto, una historia sobre mi abuela Doloretes que nadie más sabe.
Maëlle Doloretes es un bebé satisfecho y feliz y yo también lo estoy.
Todo salió bien, superando expectativas si es que las había. Estamos maravillados de cómo se desarrolló cada momento del parto, el cual yo ya, quisiera repetirlo mil millones de veces más.

Todo salió bien, superando expectativas si es que las había.
Estamos maravillados de cómo se desarrolló cada momento del parto

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