Recuerdo quedar fascinada. Sentí que con ella podía soltar riendas. Experienciar todo el proceso acompañada de alguien que guiaba mis pasos desde mis necesidades, mi individualidad, mi libertad y el amor hacia mi bebé en camino. Sin dejar de lado el conocimiento profundo y el respeto que Marta aportaba a todos los planos del proceso físico, emocional, energético, generacional y de significado vital.
Continuamos trabajando durante el proceso de embarazo. Marta era un
bálsamo para el alma después de ecografías, ginecólogos, revisiones, analíticas, resultados negativos-positivos… Hacia el final del embarazo, mi bebé venía de nalgas…de nuevo Marta nos ayudó a encontrar el camino.
Con el paso de las horas desde que rompí aguas en casa, las circunstancias requerían de hospital… coincidía aquel día con una cita de ginecología. El parto fue muy duro y largo en el tiempo. Desde aquella primera vez que Marta y yo nos encontramos decidí que si aquello llegaba a suceder y ella aceptaba, mi compañera en el hospital iba a ser esa mujer sabia, serena, amorosa, auténtica y generosa. Y así fue.
A pesar de toda la dureza de la química, mecánica, procedimientos médicos y
egos profesionales. Alcanzamos un espacio íntimo mi bebé, Marta y yo que nos
permitió sobrevivir a todo ello de una manera sana, positiva, amorosa y constructiva.
Viví un parto inducido, con epidural y tumbada de espalda, lo que nunca imaginé. Pero gracias al último buen hacer de mi compañera nació mi hija sin episiotomía, sin
fórceps…parto vaginal natural sin complicaciones.
Una vez más mi matrona, mi compañera, mi amiga, mi cómplice, mi guía, mi sabia
Pachamama ponía orden al caos universal.