La vida me estaba presentando una segunda oportunidad para parir y yo, esta vez quería un parto mamífero, real, quería dejar cuerpo y mente confluir, sentirlo todo, vivir cada etapa del trabajo del parto de manera consciente y confiar plenamente en la Naturaleza.
Parir naturalmente en casa. La decisión tomada un mes antes, “in extremis”.
Que quería un parto natural, estaba claro. Yo sentía la necesidad de formar parte del colectivo de mujeres habiendo experimentado el dolor del parto. Cada relato de “El parto es nuestro” hacía latir mi corazón con fuerza, sentía un impulso de solidaridad y envidia al mismo tiempo.
Que quería un parto respetado, con mucho mimo, también estaba claro. Sentía esa reivindicación, de que las cosas se tienen que hacer con amor y pasión y si no, no se hacen. Sentía que sería una manera de dar mi apoyo al inmenso número de mujeres que han sufrido partos irrespetuosos.
De las opciones posibles, la única que asentaba buenas bases en mi cabeza, era la de no moverse de casa. Cualquier otro plan, implicaba dejar a Clementina en cualquier momento, en cualquier otra parte y bajo la responsabilidad de otras personas. No me sentía bien. Pariendo en casa, Clementina podía estar con nosotros. Es más, si se daban las circunstancias, podría estar presente y ser partícipe del nacimiento de su hermana. Esto me emocionaba mucho.
Una vez comprendido este sentimiento y esta nueva visión mía de ver el parto, lo hablé con Max y aunque de manera no muy consensuada por su parte, fuimos a conocer a Marta, la matrona de Nikita. Tras la primera visita a Orba tuve claro que parir en casa y con Marta encajaba a la perfección con mi deseo en forma de intuición. Marta demostró tener experiencia y supo transmitir seguridad y confianza. Max aceptó el reto y empieza pues, el proceso de preparación con Marta y el parto en casa.
Ayudaban la luz tenue de la nube gris, el sonido de la lluvia, la vista a la montaña, elementos de profunda calma. Me concentraba viendo las gotas caer y desaparecer suavemente contra el suelo. Y con esta sintonía, escuchaba en sincronización la hipnosis de Marta, una y otra vez, en bucle, hasta que las fuerzas no me alcanzaron para alargar el brazo, coger el móvil sobre la mesa y presionar el botón de re-play.
Me quité toda la ropa, ellas me ayudaron a entrar, el agua estaba calentita y me senté cómodamente. Las bañeras con agua caliente y yo siempre nos hemos llevado bien.
Mientras tanto, Clementina me observaba a través del cristal, venía y me acompañaba. Cogíó una pelota y se puso a mi lado, la suya de su tamaño y color amarillo. Daba votecitos sobre la pelota como yo, respiraba profundamente como yo, gritaba en el mismo momento que yo gritaba, bebía su vasito de zumo de melocotón y agitaba los hielos como yo. Muy mona, quería vivir el momento como yo. Pero para mí, no era un juego. Aunque me maravillaba su comportamiento, y lo recordaría con cariño, me distraía negativamente y tuve que pedir a Max muy amargamente que se la llevara de mi lado. Y comprendí, que sólo toleraría la presencia cercana de Marta y Judith.
Lo primero que hizo Marta al verme fue controlar el ritmo del latido del corazón del bebé tras una contracción. Me dijo: “El bebé está perfectamente”. Me sentó más que bien. Todo estaba bien, y yo, solamente tenía que dejarme llevar por el ritmo de las contracciones y mi instinto. De pronto escuché a Marta decir: “Vamos a montar la bañera ya”. Y me emocioné otra vez, eso quería decir que la fase de dilatación estaba bien avanzada y que el deseo de experimentar la bañera se iba a cumplir.
Había trajín detrás de mí, Marta, Judith, Max y Clementina cooperando, pero yo ya estaba en mi mundo, en el planeta parto.
Allí dentro empezó una nueva fase, las mismas contracciones, el mismo dolor, pero más relajada que sobre la pelota. Respirar profundamente no me ayudaba a sobrellevar el dolor sino lo contrario, al respirar profundamente originaba una nueva contracción. Entonces entendí, que yo podía acortar el tiempo entre las contracciones, y si cada contracción era dar un pasito más, entonces estaba en mis manos dar un ritmo acelerado al proceso del parto. En cada contracción gritaba, Marta y Judith decían: “Lo estás haciendo muy bien”. Me agarraban de las manos, yo pregunté: “¿Qué más puedo hacer?, duele mucho”. Marta me masajeaba el cuello. Escuché a Marta decir: “Ábrete”. Mi instinto me lo tradujo así: relaja todos los músculos, también el ano.
Del empuje tras una contracción, me resbalé deslizando el culo hacia delante y dije que creía notar no estar haciendo lo suficiente. Me preguntaron si quería cambiar de posición. A cuatro patas, como había leído, era una buena pose, seguía en la bañera. Con esta postura, sí me daba cuenta del efecto inmediato de cada pujo. Llegó el pujo por el cual noté a Maëlle descender, y tras el siguiente pujo, otro descenso. Me acordaba de las mujeres que escribieron sentir fuerza animal y rugir como tal. Con mi poco chorro de voz, no entendía de dónde me salía tanta potencia.
Estuvimos las dos en la bañera un ratito más, gozando del momento, hasta que Marta y Judith me dijeron que podía pasar a la cama. Me agarraron, me arroparon con toallas calientes y fuimos a la cama.